09 agosto 2011

Stray Toasters como mindfuck

Bill Sienkiewicz fue un artista que en los 80 marcó la diferencia apostando por un estilo mucho más personal y expresionista, que no encajaba en la estética establecida de los superhéroes. Y con todo, triunfó en el mainstream con obras como Elektra: Assassin o Daredevil: Amor y guerra (con Frank Miller), o su paso por colecciones como Lobezno, Nuevos Mutantes, etc. En 1988, Epic, el subsello adulto de Marvel, publicó los cuatro números de la serie Stray Toasters, una miniserie en la que Sienkiewicz, aparte de dibujar, se encargaba de los guiones. La obra fue publicada por Comics Forum (el antiguo nombre de Planeta) en 1995 como tomo unitario, y no ha sido hasta este 2011 que he terminado satisfactoriamente su lectura, después de varios intentos. Han pasado más años desde que compré el cómic hasta que lo he leído que no desde que el autor lo terminó y se publicó en España. Je. Me pasó lo mismo con Stardust.
¿Por qué he titulado Stray Toasters como mindfuck a esta entrada? Porque estamos ante una historia verdaderamente rara y compleja. A finales de los años 80, Sienkiewicz seguía adentrándose en el estilo que había caracterizado sus obras más conocidas y que no se parecía en nada a lo que el resto de autores del cómic mainstream estaba haciendo (si hacemos una excepción al Dave McKean del Arkham Asylum, al que siempre le confundo la autoría de esa obra). En Stray Toasters, al ser una creación propia, cerrada y sin nada que ver con los universos de superhéroes, tiene un lienzo en blanco para usar todo tipo de técnicas visuales y narrativas. La historia es (más o menos) sencilla: Egon Rustemagick es un psicólogo, escrito y criminalista que ha estado encerrado en el manicomio, pero al que sacan fuera para que investigue unas muertes en extrañas circunstancias. Su ex, Abigail, una psicóloga que atiende a un ayudante del fiscal del distrito que le condenó, no le perdona su pasado en común y el hecho de que su hijo muriera a los pocos meses. Abby encuentra a un niño por la calle, al que decide acoger, pero que tiene un extraño comportamiento. Y todo ello, mientras un demonio ha salido de vacaciones desde el infierno a la tierra y va enviando postales a su familia... Esto es sólo el hilo que siguen algunos puntos de la trama, porque lo más llamativo de la estructura de la obra es que está narrada a través de siete u ocho personajes, que, a través del stream of consciousness joyceiano, van fluyendo en la narración, alternándose e interactuando entre ellos. Si ya de por sí, un solo flujo de consciencia puede ser caótico, uno puede imaginarse cómo serán dos o tres a la vez. Los textos en caja, pues, (eso sí, señalados por un color diferente por cada narrador) van intercalándose de manera muy profusa, hasta llegar al  hartazgo del lector. Los múltiples puntos de vista se alternan cada pocas páginas, así como los cambios de estilo de Sienkiewicz, que pasa del retrato simbolista, al collage con materiales electrónicos, a la caricatura en tinta, las páginas saturadas de texto, las splash-pages...
La obra, como es natural, no tuvo gran éxito entre los lectores, a pesar de que sí pudiera tenerlo entre la crítica. Sin duda, porque el intento de hacer cómic experimental dentro del mainstream era una apuesta arriesgada. Y es que, por lo demás, Stray Toasters es una lectura complicada. Farragosa a veces, con una cantidad de texto en caja -el que comentábamos antes- que llega a saturar al lector, porque, entre otras cosas, la información que recibe es irrelevante y sólo contribuye a aumentar la sensación de caos y locura que el autor insufla a sus personajes. No hablamos ya de la dificultad de interpretación de algunas de las páginas más abstractas en cuanto al dibujo. 
En el fondo, tras la peripecia argumental del investigador y los crímenes, se nos habla de temas más profundos. Todos los personajes, que al principio de la obra no parecen tener nada que ver, terminan por estar relacionados entre sí, y el panorama que se entreve al final de la obra no es demasiado halagüeño. Sienkiewicz habla, sobre todo, de la soledad del individuo, y de la desestabilización del núcleo familiar: todos los personajes que conocemos tienen algún tipo de trauma de origen personal: divorcios, madres que abandonan a sus hijos, padres alcohólicos, disfunciones sexuales. Al final de la obra, el único que parece tener un sentido de la familia es, contradictoriamente, el demonio que estaba de vacaciones, que, cual Diablo cojuelo, vuelve al infierno escandalizado por el comportamiento humano. La sensación al terminar de leer la obra es que hemos pasado por una auténtica máquina trituradora, que no hay esperanza posible y que el ser humano es deleznable. Y ojo, no es que el cómic termine especialmente mal. El personaje principal termina finalmente redimido, pero la sensación del lector es agridulce. Y es que ha sido una tarea ciclopea terminar el volumen.
Stray Toasters es una obra difícil de clasificar: se intuye la voluntad del autor de crear algo diferente y de llevar a sus límites el cómic, pero la resolución deja algo que desear (a no ser que esa sensación de caos y de complejidad que llega a aburrir sea la voluntad del autor); quizá por eso no funcionó como se esperaba.

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