24 junio 2010

Pirueta o el beatus ille en el cómic

Desde la Antigüedad los poetas han cantado las excelencias de la vida del campo. El ajetreo de la ciudad, el "menosprecio de aldea", la libertad y la despreocupación que suponen vivir en comunión con la naturaleza, en el vínculo perdido de un hombre cada vez más cosmopolita han sido tema recurrente desde Horacio hasta su explosión en el Renacimiento en el lema del beatus ille, adoptado por poetas como Garcilaso, Fernando de Herrera o Fray Luis de León. En el álbum de reciente aparición en nuestro país de Charles Dutertre, Pirueta, el autor el autor se encarga de rememorar su infancia en el campo francés durante los veranos que pasaba con sus abuelos.

El título puede llevar a confusión. El álbum en francés se titula Pirouette, que en ese idioma tiene una segunda acepción de rastrillo para remover el heno. En castellano esta acepción no existe, pero el álbum se ha traducido como Pirueta, me imagino que por el juego de palabras intraducible, pero la opción más viable a la hora de adoptar un título.
Pirueta es una obra algo desconcertante, porque puede engañar por su aspecto infantil. El estilo y la rotulación naïf pueden desorientar, pero todo tiene su justificación en la obra. El cómic se divide en escenas con una férrea disciplina de seis viñetas por página, en las que cada detalle o cada mínima diferencia tienen su razón de ser. Dutertre realiza un gran esfuerzo de síntesis en cada página pero el resultado es fascinante: estamos ante un gran narrador. Los capítulos vienen estructurados a modo de horario. La historia empieza muy de mañana y a partir de ahí cada sección lleva por epígrafe una hora del día. Lo narrado así en cada una de esas secuencias guarda relación con la hora que la encabeza, hasta completar esa especie de horario de trabajo. Un horario que se corresponde con las horas de sol del verano y que se convierte también en metáfora de la vida, desde su origen hasta el ocaso. Como decimos, nada está dejado al azar en este cómic.

El narrador -no sabemos si el autor o un yo narrativo- va desgranando pequeñas anécdotas de sus veranos en la campiña francesa con sus abuelos. Es normal, así, que la secuencia inicial sea muda, porque el primero en iniciar la jornada -el horario del que hablábamos- es el abuelo. Sólo cuando despierta el protagonista, se inicia el relato en primera persona. el narrador va desgranando pinceladas de la historia familiar, del origen de la granja, primero sin emocionarse, como se recuerdan las memorias que no hemos vivido personalmente, para luego detallar las vivencias de él y su hermano, o algunas historias que circulaban por la casa. El recuerdo de la figura de los abuelos es amable, con una cierta distancia, pero desde el cariño. No encontraremos aquí pasados traumáticos narrados en forma autobiográfica (Stitches, Persépolis, etc.). Cualquiera de nosotros podría, a su manera, narrar una infancia veraniega parecida. La gracia de Pirueta es conseguir la distancia justa de los hechos narrados, la extraordinaria manera de converger letras e imágenes, el complejo trabajo de orfebre -y, por contra, de apariencia minimalista y naïf- del narrador para ahorrar en viñetas innecesarias. Y, de forma algo más sentimental, empatizar con el autor y hacernos recordar también a nosotros nuestros propios veranos de infancia, cuando dos meses parecían no tener fin.

Una china en mi zapato se estrena en el mundo editorial con esta deliciosa obra. Una sorpresa muy agradable y una lectura muy recomendada, de lo mejor del año.

1 comentario:

el_fuego_fatuo dijo...

Una reseña acertadísima, con muchas claves para entender este fantástico cómic. Totalmente de acuerdo en que será de lo mejorcito de este año.

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